¡YA SÉ POR QUÉ NO TIENES LA VIDA QUE QUIERES!

Hay momentos en la vida en los que sentimos que el mundo nos tiene bronca. Que no importa cuánto intentemos, siempre hay alguien —o algo— que se interpone. Que la vida es injusta, que nadie nos entiende, que todo cuesta más de lo que debería…
Y entonces, sin darnos cuenta, entramos en un bucle silencioso pero muy poderoso: el modo víctima.

 

Y ojo, decir que alguien está actuando como víctima no es un juicio. Es una observación. Y a veces, incluso, es un primer acto de amor.

 

Porque sí, entiendo cómo te has sentido.
A veces duele tanto que parece imposible salir del agujero. A veces simplemente ya no te quedan fuerzas ni fe. Y otras veces... ni siquiera te das cuenta de que te estás abandonando a ti mismo.

 

Pero en ese estado, aunque justificado por heridas pasadas, te estás quedando inmóvil, atrapado en una narrativa donde todo lo malo viene de afuera y tú simplemente estás sobreviviendo.

 

La víctima no siempre llora. A veces solo se queja. A veces se enoja. A veces señala con el dedo: “Es que el gobierno…”, “Es que el tráfico…”, “Es que mi jefe me odia…”, “Es que mis papás nunca me apoyaron…”, “Es que si tuviera más dinero, otra sería mi historia…”

Y puede que todo eso sea cierto. Pero quedarse en ese lugar no cambia nada. Lo único que hace es quitarte el poder.
Y el poder, querido coachee, es lo único que no deberías soltar jamás.

 

Tu mente te ha vendido una historia: “Si no es tu culpa, no tienes que hacerte cargo.” Y entonces, aunque duela, es más cómodo culpar que actuar. No tienes que arriesgarte, no tienes que fallar, no tienes que intentar.
Y de pasadita, siempre habrá alguien que venga a ayudarte, a rescatarte, a decirte que pobrecito tú.

 

Pero hay un precio. Un precio altísimo: tu libertad.

 

Recuerdo una conversación muy reveladora. Estaba trabajando con un coachee que venía arrastrando frustración desde hace años. Sentía que el universo conspiraba en su contra: su pareja no lo entendía, su trabajo era un infierno, su salud estaba por los suelos.

 

En una sesión le pregunté: “¿Y qué parte de todo eso sí depende de ti?”
Se quedó en silencio. Y después de unos segundos me dijo: “La verdad... nada.”
Le sonreí con respeto y le dije: “Entonces estás frito compadre. Porque si nada depende de ti… nada puedes cambiar.”
Se rió nervioso. Pero entendió el mensaje.

Y desde ese momento, su proceso empezó de verdad.

 

Salir del papel de víctima y empezar a empoderarte no es un salto de película. Es un paso pequeño y constante. Y el primero es reconocerlo. No culparte, no darte con palo, solo darte cuenta y asumirlo con madurez. Porque el verdadero poder nace cuando dices: “Sí, estoy actuando desde la queja y el miedo.” Y lo admites no desde la culpa, sino desde la conciencia.

 

Una vez ahí, empieza el cambio. Puedes hacerte preguntas que despierten tu poder interno. Preguntas que no buscan excusas, sino caminos: “¿Qué parte de esta situación sí depende de mí?”, “¿Qué he estado evitando enfrentar?”, “¿Qué gano quedándome en este estado?”

Sí, porque muchas veces ganamos. Comodidad. Cero esfuerzo. Evitar el miedo. Recibir ayuda constante. Pero también perdemos. Perdemos vida, perdemos crecimiento, perdemos dignidad.

Otra pieza clave está en cómo te hablas. Cambia tu lenguaje interno. Empieza a usar preguntas como “¿cómo sí podría?”, en vez de “no puedo”. Reprograma tu diálogo interior, porque tu forma de hablarte define tu forma de actuar.

 

Y claro, hay que fortalecer la autoestima. Cuando tú te sabes valioso, cuando entiendes que mereces algo mejor, entonces tu actitud cambia. El miedo disminuye, la flojera se achica y la energía se multiplica. Herramientas como el journaling, las preguntas poderosas o simplemente dejar de repetirte cuentos viejos pueden abrirte nuevas puertas.

 

Por ejemplo, durante una semana podrías responderte cada noche lo siguiente: ¿Qué hice hoy que sí dependía de mí? ¿Qué dejé de hacer por miedo o flojera? ¿Qué voy a elegir distinto mañana?
Escribirlo. Leerlo. Reflexionar. No necesitas más que un cuaderno y honestidad.

 

Salir del modo víctima no es sencillo, pero es posible. Y es liberador. No porque todo mágicamente mejore, sino porque por fin recuperas el volante de tu vida.
Y cuando tú tomas el control… todo empieza a moverse, querido coachee.

 

Y recuerda: es tu vida, tú decides.

Abrazo grande,
Coach Eduardo

 

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