¿DE VERDAD QUIERES SANAR?

Sanar no es un proceso lineal, ni mágico, querido coachee. A veces creemos que con entender lo que nos pasó, basta. Pero no. Hay heridas que aunque las entiendas, siguen abiertas. Porque no se cierran con teoría ni con lógica. Se cierran con actos de amor, muchas veces hacia las personas más difíciles de amar. Y entre todos esos actos, uno es inevitable si realmente quieres sanar: el perdón.

 

No es el perdón que se da porque todo está bien. Tampoco el que se finge para no incomodar. Es ese perdón profundo, visceral, el que viene de entender que aferrarse al resentimiento solo prolonga el dolor. Ese perdón que no se da por los otros, sino por ti. Y aunque hay muchas personas que podrías incluir en esa lista, hay cuatro a las que vas a tener que mirar primero.

 

1. Tus padres

Estén vivos o ya no estén con nosotros. Quizás fueron buenos, quizás no. Quizás estuvieron, quizás te dejaron solo cuando más los necesitabas. Quizás te protegieron, o quizás fuiste tú quien tuvo que aprender a sobrevivir sin guía ni contención. Sea como sea, fueron tus primeros vínculos, tus primeras figuras de amor, autoridad y pertenencia. Y eso deja huella, para bien o para mal.

 

A lo largo del camino, es probable que hayas cargado con reclamos que nunca dijiste, heridas que no sanaron en la infancia, y expectativas que aún hoy, de adulto, sigues proyectando sobre ellos. Pero llega un momento en el que seguir esperando lo que no recibiste solo te mantiene estancado. Y no se trata de negar el dolor ni de justificar lo injustificable. Se trata de dejar de vivir en función de eso. De agradecer lo que sí estuvo, aunque haya sido poco, aunque no haya sido suficiente. Y de soltar lo que faltó, no porque no haya dolido, sino porque ya no tiene sentido cargarlo más.

 

2. A quienes alguna vez amaste

El amor, por su propia naturaleza, nos expone. Nos hace vulnerables, disponibles, entregados. Y no siempre recibimos lo mismo a cambio. Quizás abriste el corazón esperando comprensión, compañía, presencia… y encontraste silencio, distancia o abandono. Tal vez diste mucho y recibiste poco. O quizás viviste un amor que fue real, pero que simplemente no pudo sostenerse.

 

El problema no es solo lo que sucedió, sino lo que aún haces con eso. Cuántas veces vuelves al recuerdo. Cuántas veces sigues ensayando lo que hubieras querido decir. Cuántas veces te preguntas por qué no fue diferente. Y es ahí donde el perdón se vuelve urgente. No para volver. No para retomar lo que se cerró. Sino para liberar a tu corazón del peso de una historia inconclusa. Desearle paz al otro también es un acto de amor propio. Y cerrar esa puerta, por fin, es darte la oportunidad de empezar otra vez.

 

3. Todos los demás que te hirieron

No todas las heridas vienen del amor. A veces es un amigo que traiciona, un jefe que humilla, un extraño que insulta. Personas que no ocupaban un lugar importante en tu vida, pero que supieron exactamente dónde golpear. Y aunque no los recuerdas con afecto, sí los recuerdas con dolor.

 

Esas heridas, por ser más inesperadas o injustas, a veces se vuelven más difíciles de perdonar. Porque no hay vínculo emocional que lo justifique, ni historia compartida que lo explique. Pero eso también significa que ese dolor no merece quedarse contigo. Que cargar con eso es una elección. Y tú puedes elegir soltar. Porque no necesitas una disculpa para hacerlo. No necesitas que el otro reconozca el daño. Necesitas paz. Y a veces, la única manera de obtenerla es soltando el resentimiento, aunque el otro nunca lo sepa.

 

4. A ti mismo

Este es, probablemente, el perdón más complejo y necesario de todos. Porque contigo no puedes tomar distancia. Estás ahí, todos los días, recordándote lo que hiciste mal, lo que no supiste manejar, lo que podrías haber hecho diferente. Te hablas duro, te criticas, te juzgas con una exigencia que no le aplicarías ni a tu peor enemigo. Y mientras tanto, sigues esperando sanación.

 

Pero no hay sanación sin compasión. Y no hay compasión sin perdón. Tal vez no tomaste las mejores decisiones. Tal vez fuiste tú quien falló, quien se alejó, quien actuó desde el miedo o desde el ego. Pero también es verdad que hiciste lo mejor que podías con lo que sabías en ese momento. Hoy tienes más herramientas, más conciencia. Y por eso, hoy puedes mirarte con otros ojos. Abrazar a esa versión de ti que estaba rota, confundida o perdida… y elegir no seguir cargándola como castigo, sino integrarla como parte de tu historia. Porque el verdadero amor propio también incluye perdonarse.

 

Querido coachee, sanar es un proceso que comienza adentro. Y dentro de ti hay espacios ocupados por resentimientos que ya cumplieron su función. Si estás listo para avanzar, hazlo desde el perdón. No porque el otro lo merezca, sino porque tú lo necesitas. Porque solo cuando sueltas, puedes seguir caminando más liviano. Más libre. Más tú.

 

Abrazo grande,

Coach Eduardo.

 

Siguiente
Siguiente

TIPOS DE AMOR