NO SOY PERFECTO
Y no pretendo serlo.
Por ejemplo, sabiendo que siempre me levanto con los pelos de punta, en mi pijama hecha a base de ropa vieja, con una suma de legañas en los ojos, baba seca en el rostro y un aliento de león, no imagino lo agotador que sería despertarme en las mañanas de manera "perfecta", como nos muestran en Instagram. Honestamente, suena a una tortura.
O esa típica presión de reprimir nuestras ideas creativas y acciones espontáneas solo para comportarnos "correctamente" según los estándares sociales. Lo hacemos para encajar, para ser uno más del montón, perdiendo nuestra autenticidad y convirtiéndonos en invisibles, ¿no?
Muchos vivimos bajo la presión de aparentar ser perfectos 24/7. La perfección, o su ilusión, se cuela en el trabajo, la familia, los amigos, las redes sociales, ¡en todo! Nos esforzamos tanto en mantener esta máscara que olvidamos lo esencial: la vida no se trata de ser admirado desde una falsa postura, sino de vivirla de verdad.
Para empezar, buscar la perfección no solo agota; cansa, distrae y desperdicia nuestro tiempo valioso. Nos llena de estrés y puede llevarnos al agotamiento emocional o incluso a la depresión. Y vamos, seamos honestos: me imagino que cuando uno alcanza la “disque perfección”, debe ser tan rígido y aburrido que ni siquiera lo disfrutaríamos.
Lo que realmente queremos es ser felices. Queremos expresarnos libremente, cometer errores y aprender de ellos, crecer como personas, ser aceptados tal cual somos. Pero ojo, para que eso suceda, primero debemos aceptar a los demás con sus propias imperfecciones. Al final, todo es un círculo: lo que das, recibes. Así de simple.
Ahora bien, esto no significa conformarse ni dejar de mejorar. Para nada. Significa mejorar de manera real y sostenible, dejando atrás esas posturas irracionales de perfección que solo nos drenan.
Así que, decidamos darle la espalda a la falsa perfección que nos vende el mundo —esa que comienza en las redes sociales y se filtra en nuestras vidas—. Enfoquémonos en lo que nos hace humanos: ser perfectamente imperfectos. Crecer desde ahí es mucho más auténtico, más rico, más nuestro.
Siempre imperfectos, nunca perfectos. 😉
Les mando dos abrazos fuertes,
Coach Eduardo.