NADIE ES COMPLETAMENTE INOCENTE

Querido coachee, todos tenemos algo que preferimos no contar. Una decisión que no nos enorgullece. Una palabra que salió más filuda de lo que debió. Un silencio que pesó más que mil gritos. Y aunque tratemos de justificarlo, maquillarlo o enterrarlo, ahí está… rondando como una sombra silenciosa. Se llama culpa.

Y sí, lo sé. A nadie le gusta hablar de esto. Pero es momento. Porque si no hablamos de la culpa, ella hablará por nosotros… a través de ansiedad, insatisfacción, autosabotaje y esas noches donde el corazón se pone incómodo, sin saber bien por qué.

Así que hoy, quiero invitarte a mirar ese lado tuyo que te cuesta aceptar. No para condenarte. No para castigarte. Sino para liberarte.

Porque sí, querido coachee… nadie es inocente. Y eso, créeme, puede ser la mejor noticia del día.

 

¿Qué es la culpa y por qué nos atrapa?

La culpa es una emoción jodidamente poderosa. No se ve, pero se siente. Y cuando aparece, es porque dentro de ti hay un juez con toga y martillo que acaba de dictar sentencia: “Fallaste”.

No siempre tiene sentido. A veces hiciste lo que pudiste. A veces hiciste lo que sabías. Pero igual… aparece. Porque la culpa no le importa la lógica. Le importa la sensación. El hecho de que, en algún punto, sentiste que traicionaste algo: un valor, una promesa, una parte de ti.

Y lo más loco de todo es que muchas veces la culpa viene después. Después de haber actuado. Después de haber tomado la decisión. Después de haber herido.

Y entonces, en lugar de avanzar, te quedas atado a ese momento… reviviéndolo una y otra vez.

 

¿Cómo se siente?

Como una piedra en el pecho. Como una mochila emocional que te acompaña a todos lados. Como esa voz interna que no te deja en paz y te repite: “¿Por qué hiciste eso?” “¿Cómo no te diste cuenta?” “¿Y si hubieras actuado diferente?”

La culpa tiene mil formas. Puede vestirse de rabia, de tristeza, de nostalgia o incluso de orgullo. Pero el fondo es el mismo: una parte de ti no está en paz.

Y ojo, hay una culpa útil, esa que te lleva a reflexionar, a crecer, a hacerte responsable. Pero también hay una culpa tóxica, esa que te atrapa en un loop eterno de autoacusación, esa que no te deja avanzar, que no te deja perdonarte, ni volver a confiar en ti.

 

Nadie es completamente inocente

Aquí viene la verdad incómoda: todos hemos fallado. Todos. Nadie se salva.

Y no lo digo para que te sientas peor. Lo digo para que te sientas más humano. Porque la culpa muchas veces viene de una fantasía: la de que deberíamos ser perfectos, impecables, infalibles. Y no lo somos. Nunca lo hemos sido.

Has mentido. Has lastimado. Has actuado desde el miedo, desde la rabia, desde la desesperación. Has callado cuando debiste hablar y has hablado cuando debiste callar. Igual que todos.

Y por eso te digo: no eres inocente. Pero tampoco eres una mala persona.
Eres alguien que está en proceso. Que está aprendiendo. Que la cagó… y también aprendió. Que falló… pero no se quedó ahí.

Ese es el verdadero crecimiento, querido coachee. No vivir para no fallar, sino saber levantarte cuando lo hagas.

 

Las formas en que aparece la culpa

La culpa aparece en los lugares más comunes, a veces en silencio. Se esconde en los recuerdos de una conversación que nunca cerraste bien. En una decisión que, por priorizar a otros, te dejaste de lado. En esa relación donde aguantaste más de lo que debías, o en esa donde fuiste tú quien rompió todo.

La vemos en padres que sienten que no fueron suficientes. En hijos que se alejaron por salud mental, pero igual sienten que traicionaron. En personas que se eligen a sí mismas… y se sienten mal por hacerlo.

Incluso la vemos en cosas buenas: cuando te va bien y a otros no. Cuando sanas y los demás siguen rotos. Cuando disfrutas… pero sientes que no lo mereces.

La culpa no necesita lógica. Solo necesita que tú creas que te equivocaste.

 

La culpa hacia uno mismo: la más silenciosa y dolorosa

Y ahora sí… hablemos de la más jodida de todas: la culpa contigo mismo.

Esa que no tiene testigos. Esa que nadie más ve. Esa que se siente cuando sientes que te fallaste a ti.

Cuando te prometiste cuidarte… y no lo hiciste.

Cuando sabías lo que era bueno para ti… y aún así elegiste lo que te dolía.

Cuando callaste lo que necesitabas decir.

Cuando te vendiste por migajas.

Cuando volviste al lugar del que habías jurado salir.

Esa culpa no grita. Susurra. Pero el susurro es constante. Y va erosionando tu autoestima, tu confianza, tu alegría.

Y lo peor: muchas veces ni siquiera sabes que la tienes. Solo sientes un vacío. Una incomodidad contigo. Una necesidad de compensar, de demostrar, de castigarte… sin saber por qué.

Y por eso hay que mirarla. Hay que decir: “Sí, me fallé. Pero también merezco perdonarme. También merezco empezar de nuevo.”

Porque si no te perdonas tú, ¿quién lo va a hacer?

 

¿Cómo soltar la culpa?

Primero, deja de esconderla. Mírala. Habla con ella. Pregúntale: “¿Qué me quieres mostrar?”

Porque la culpa no aparece para destruirte. Aparece para darte información. Es como una alarma emocional que te está diciendo: “Oye, hay algo pendiente aquí”. El problema no es sentirla, el problema es quedarte a vivir en ella.

Luego, responsabilízate. No para cargar con la culpa eternamente, sino para transformarla. Si puedes reparar, hazlo. Si puedes pedir perdón, hazlo. Si puedes cambiar tus acciones, hazlo. Pero si ya no hay cómo, si esa persona ya no está, si el escenario ya pasó… entonces toca algo aún más difícil: perdonarte a ti mismo.

Y eso, querido coachee, es un acto de valentía.

Aquí te dejo una técnica que puede ayudarte a soltar esa culpa de forma más consciente y compasiva. Yo la llamo:

¡Vamo’ a perdonarnos!

Una práctica sencilla, pero transformadora, para liberar la culpa hacia uno mismo:

1.- Reconoce el error sin juicio

·      Cierra los ojos, respira hondo y di en voz alta (o escribe):

“Sí, lo hice. Y en ese momento creí que era lo mejor que podía hacer.”

2.- Explora el contexto

·      Pregúntate:
¿Qué sentía? ¿Qué sabía? ¿Qué necesitaba en ese momento? ¿Por qué actué así?

·      Descubre que muchas veces actuaste desde la carencia, el miedo, la ignorancia o la necesidad de amor.

3.- Exprésate hacia tu yo del pasado

·      Escríbele una carta breve o mírate al espejo y di:

“Lo siento. Te fallé. Pero hoy te comprendo. Te abrazo. Y estoy aquí para cuidarte.”

4.- Haz un acto simbólico de cierre

·      Quema esa carta.

·      Dibuja una línea en el suelo y crúzala.

·      di en voz alta:

“Aquí suelto esta culpa. Me libero y me permito seguir creciendo.”

5.- Repite esta frase al final, como mantra personal:

·      “No soy inocente, pero sí soy perdonable. Y me elijo a mí.”

No necesitas rituales perfectos. Solo honestidad. Presencia. Y ganas de soltar.

Porque, al final del día, tu alma no necesita castigo.

Necesita comprensión, abrazo, aprendizaje y un poco de luz para volver a caminar.

 

Nadie es inocente… y eso está bien

Querido coachee, no estás solo en esto. Todos tenemos nuestras cadenas, nuestros errores, nuestras culpas.

Pero hoy puedes elegir.

Elegir mirar tu historia con ojos nuevos.

Elegir no cargar más con lo que ya entendiste.

Elegir perdonarte.

Elegir avanzar.

Porque sí, nadie es inocente.

Pero todos, absolutamente todos, tenemos derecho a empezar de nuevo.

 

Con todo mi cariño,

Fuerte abrazo,

Coach Eduardo.

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